Top cinco de las personalidades ciclísticas más peculiares que he visto correr.

El ciclismo es mi deporte favorito. En su práctica confluyen pasiones humanas que en las actividades de nuestro diario vivir muy de vez en cuando sentimos. Lo primero que asocio con el ciclismo es “aventura”, una ardua travesía en bicicleta te convierte en un héroe. Mientras estás montado sobre la bicicleta no sólo la montas a ella, estás encima de las circunstancias, gobiernas tu destino; o por lo menos hasta donde lo permita el manillar.

Cuando era un niño me emocionaba con las narraciones de los primeros triunfos de los ciclistas colombianos en Europa. Fueron los años en que los nuestros se abrían paso en el viejo continente. Recuerdo las figuras diminutas de la mayoría, en comparación con las carrocerías de los de allá, y una incomodidad manifiesta en los ademanes, cuando los de acá se salían con la suya. Eso incrementaba mi orgullo patrio, me decía que yo también podría lograr algo en la vida, pese a la lánguida figura de mi cuerpo. Y aunque no me alcanzó para practicar el ciclismo profesional, por falta de ambición -estoy seguro de esto, porque las cualidades las tenía- empecé a emularlos de forma aficionada.

Mis primeras rodadas estuvieron arropadas por veteranos vecinos que religiosamente madrugaban a montar en selectos grupos donde cada uno conocía las mañas del otro. Oír y callar, no mostrar la rueda si no se tiene con que sostener el ataque. Comprendí que trae más réditos al pedalear, la cadencia que la fuerza; cuidar a tu compañero en la ruta y regresar con el grupeto con el que había salido -a no ser de una avería mecánica o un accidente-. Me enseñaron estos códigos, más otros, y me prepararon para algo que, en ese momento, el espíritu impetuoso de mi tierna edad no intuía. ¡Bueno! tampoco a él le compete ese trabajo. Estoy hablando de la definición de una estrategia, tan útil para la subsistencia y que se deriva de la razón.

Con ellos mismos veía las carreras ciclísticas de varias semanas y escuchaba sus apreciaciones sobre el desarrollo de las etapas y las predicciones que hacían sobre los resultados finales, de acuerdo a los trazados de la ruta, la semana en que se estaba corriendo, el clima, las características fenotípicas de los integrantes de las escuadras y la clasificación general de cada día. Me fueron dando luces para entender los movimientos del pelotón y que cada día, como en la vida, se libran batallas que no siempre apuntan a la primera casilla de la clasificación general. Ahí es cuando empiezo a ver las carreras con especial atención, a comulgar con las estrategias de los equipos y a valorar el pundonor de aquellos que en algún momento se hacen a la idea de que no van a poder destronar al líder de la prueba y se mueven entonces, conociendo sus limitaciones, en la consecución de un logro parcial que llene la retina de sus directores deportivos y de aquellos que sucumbimos al encanto de sus particulares razones. Esos que nos hacemos llamar sus fanáticos.

El top cinco que viene a continuación no incluye necesariamente a mis más entrañables ciclistas. En el listado presento cinco figuras con condiciones personales físicas y emocionales llamativas para mí y que llegué a entender como limitantes de una práctica tan exigente como es el ciclismo profesional. Con toda seguridad ellos las obviaron, no las estimaron. En mi caso no es más que el absurdo prejuicio de clasificarlo todo, el infantil rasgo de alimentar la curiosidad. El viejo truco tomado del perro de tratar de morderse la cola, que en el fuero de un escritor es el intento de darle fuelle a la sinrazón, cuando la voluntad de aplastar las adversidades de la cruda realidad no nos alcanza.

Jan Ullrich

Jan Ullrich

La primero que recuerdo de Ullrich es la fuerza con la que trepaba la montaña. Sentado, con el tronco superior descolgado, buscando pegar el pecho al manillar, juagado de sudor y con un tranco tan pesado sobre las bielas que parecía que las ruedas de la bicicleta iban a labrar el asfalto de la carretera en el intento de no descolgarse, ante los ataques de Lance Armstrong.

Me llamaba la atención su masa muscular; tal vez de más para el oficio de un corredor de carreras de tres semanas, pero que sabía administrar como sólo lo hace aquel ciclista que está convencido de lo que es capaz y para quien los excesos con los que llega a la línea de salida son las reservas para los días más duros de la competencia. La estampa de esos dos binomios rivales tan disímiles marcó una era en el ciclismo. El espíritu del alemán contenido por la competencia profesional se desató después de su retiro. El alcohol y las drogas insuflaron su carácter, amoldado años atrás a los intereses de las escuadras para las que corrió.

Alex Zülle

Alex Zülle

Por Zülle no puedo sino sentir simpatía. Aún en las condiciones más extremas de la ruta, que lo hacían caer de la bicicleta o salirse de la carretera, conservaba la frescura de su rostro y la clase en su pedaleo una vez retomaba el camino; no mostraba dolor ni enfado, haciéndome pensar que, en el fondo del corazón, donde se detienen los abismos de la razón, hallaba la certeza de que el infortunio pedaleaba junto con él.

En la época de corredor activo circuló una leyenda -que en una entrevista dada después de su retiro desestimó- acerca del uso permanente de las gafas para corregir su visión: se decía que cuando llovía en plena prueba o la ruta se empinaba, ya fuese por la neblina, la condensación de su transpiración sobre sus lentes o las mismas gotas agolpándose sobre ellas, disminuía su ya menguada visión. Como el buen profesional, el suizo, no le echó nunca la culpa a la herramienta, atribuyó sus fallos a imprevistos de la misma carrera administrados de forma inconveniente y afirmó que siempre lo dio todo sin pensar, como torpemente lo hacía yo, que era un desafortunado 

Philippa York

Philippa York

Por los ochenta y noventa, años en los que Philippa York corría con el nombre de Robert Millar más de un colombiano sintió aguada la fiesta. Sus condiciones físicas lo hacían un gran escalador, disputándole la camiseta de la montaña a los escarabajos. No solo en eso se parecía a los nuestros. Nacida en Escocia, un país marginal sometido históricamente a los intereses imperialistas, seguramente, encontró en el ciclismo el escenario oportuno para llenar de gloria a todo un país.

Con el retiro de la actividad profesional las luces de las cámaras siguieron apuntando hacia el intenso ritmo del pelotón, las camisetas de campeón vistieron otros cuerpos. El de Robert ya no las apetecía; no tenía que ser un capo ni demostrar de que estaba hecho. Philippa York era ahora la rueda por seguir. En su época de gloria deportiva, aplacó a fuerza de pedal las arremetidas de un género que siempre se le hizo más cercano. Siempre lo midió y lo remató como hacen los grandes campeones.

Fueron muchos años en el ostracismo hasta que una periodista deportiva, conocedora del tema ciclístico apareció cubriendo las carreras europeas. Una vez que se bajó de la bicicleta empezó a allanar el camino de la transición. Sin la presión del reloj, fue dejando atrás a Robert Millar, y con él, la personalidad que su cuerpo y el entorno en que creció demandaron por tantos años.

Laurent Fignon

Laurent Fignon

Cuando se crispa el lote, el líder de la competencia manda a sus gregarios a poner orden. Las escuadras se agrupan y ruedan hasta que alguna nueva escaramuza cuaja y se abre la carrera. Los equipos más fuertes pujan por poner las condiciones en la ruta. Las primeras delegaciones nuestras que llegaron a correr a Europa llegaban en ciernes al nuevo pelotón.

Así, cualquier estrategia se viene al piso. Pero el ímpetu y las condiciones físicas, antes de que lo que tuvieran por recoger no fuera a ellos mismos, los hizo tirar para adelante; a trompicones y empellones, a destiempo y sin pedir permiso, lo que no gustó en el carácter tosco y altivo de Laurent Fignon. Cuando lograban despuntar, sus dardos se dirigían a detener el protagonismo que esas figuras oscuras y menudas le estaban robando. Las puteadas en coro al televisor -al que se sumaba hasta el más pasivo de los aficionados- eran familiares cuando el francés, con un ademan de desprecio, descargaba toda su furia sobre los escarabajos.

Su figura tampoco caía bien acá, donde a los diferentes se les veta de entrada. Los lentes redondos y el pelo largo recogido le conferían un aspecto de revoltoso que se abría paso para traernos el legado de la Primavera de Praga. Fue una estrella de rock, en él encajaba perfectamente una contracultura agreste, insolente y contestataria -por si acaso con los años, las contraculturas adoptaran otras maneras-.

Daba igual si el trabajo sobre la bicicleta era para recortar tiempo o soltar un ataque a sus rivales, siempre se le veía sufrir. El rostro y los movimientos desencajados lo transfiguraban en un penitente luchando por entrar al cielo antes de que se acabasen los puestos y cerraran las puertas. Para la historia queda su figura abatida, recogida; sentado sobre el suelo el 23 de julio de 1989 en que, en una prueba individual contra el reloj, alrededor de los Campos Elíseos, Greg LeMond le arrebató el título del tour de Francia.

Miguel Ángel López Moreno

Miguel Ángel López

Tengo que confesarlo: Miguel Ángel es el ciclista que más emociones me ha dado. Explosivo montado sobre la bicicleta y en sus declaraciones al finalizar una etapa. Aguerrido para sostener un ataque y a la hora de responder a la torpeza de un aficionado que lo ha hecho tocar el piso. Intratable en el momento en el que las decisiones de su director deportivo no favorecieron sus intereses, al mismo que alguna vez, cuando corría para otra escuadra, le mandó un recado en el que le decía que sus dirigidos corrían haciéndose los tontos y se aprovechaban del infortunio de los lideres de la carrera dentro del pelotón para sacar ventaja.

Causó revuelo general el día en el que en el desarrollo de plena etapa y al verse descolgado de la punta de la carrera decidió detenerse y abandonar la prueba. A todas luces una falta de profesionalismo y la irrefutable demostración de su carácter volátil. Miguel Ángel es el clásico corredor que se rige por sus pulsaciones. El que lanza ataques así lo tengan marcado. Un combativo que lo intentará muchas veces, si es que antes no se le sube la sangre a la cabeza para tirar cualquier estrategia por la borda, pero al que toda organización de una carrera querrá ver compitiendo porque es espectáculo garantizado.

El problema es: ¿qué escuadra se anima a ficharlo conociendo sus antecedentes? Siquiera siempre habrá equipos que compiten por mantenerse en lo más alto de la categoría profesional al que los bandazos de López le caerían muy bien.